Dean & Deluca: pasión por la comida.

La semana pasada tuve la buena fortuna de pasar cinco días inolvidables en Nueva York.
Como cada vez que voy a mi ciudad favorita, donde por cierto, también tuve la buena fortuna de vivir —cuando hice mi postgrado en la Universidad de Columbia, entre 1993 y 1996—, me di mi pasada por Dean & Deluca.
Creo que si algún lugar contribuyó a definir mucho de lo que soy hoy como cocinera, fue primero La batterie de cuisine— la tienda donde trabajé cuando era estudiante de periodismo en Caracas— y luego el mercado en SoHo de Dean & Deluca.
Fueron muchas las horas que pasé estudiando en el hoy desaparecido Dean & Deluca de University Place con 11th St, en el West Village, mientras me preparaba para tomar los exámenes de admisión relacionados con mi postgrado.
Allí descubrí los placeres del buen café. Y no hubo quien me visitara, a quien no le hiciera el honor de invitarlo a desayunar, almorzar o merendar en Dean & Deluca.
La mitad del tiempo que estudié en Columbia, en el Upper West Side de Manhattan, viví 115 calles más abajo, en el West Village.
Así que era habitué de Dean & Deluca.
Y solía ir tanto a los cafés —había otro que ya no está, en Spring St, también en Soho— como a la que para mí es la mejor tienda de delicatesen del mundo: el mercado que está en la esquina de Broadway con Prince St.
Allí, en la misma esquina donde en 1977 Joel Dean (quien por cierto también estudió en Columbia), Giorgio Deluca y Jack Ceglic abrieron la primera tienda, sin saberlo, decidí que sería una foodie, aunque por entonces el término ni siquiera había sido acuñado.
Cuando iba de compras era común encontrarme a la súper modelo Claudia Shiffer, la alemana quien a mediados de los 90’s era una de las modelos mejor pagadas del mundo.
O con la socialité y activista Bianca Jagger, quien fuera la primera esposa de Mick Jagger.
No importa que ahora Dean & Deluca sea una franquicia internacional con tiendas y cafés en los Emiratos Arabes, Filipinas, Japón, Kuwait y Singapur y que vayan a abrir un local en el Reino Unido a mediados de 2017.
Tampoco importa que tengan otros seis locales entre Nueva York y Washington, así como otros tantos en California, Carolina del Norte, Hawaii y Kansas.
Ni que desde 2014 sus dueños sean no Joel Dean (quien murió en 2004) y Giorgio Deluca, sino una empresa de negocios de lujo tailandesa.
Son un emporio culinario que rinde tributo a la calidad.
Comprar en Dean & Deluca es toda una experiencia que despierta los sentidos.
Allí, la buena comida, el buen gusto y el diseño son la misma cosa.
Ahora que estuve en Nueva York de turista, fui cámara en mano y me pasé una tarde tomando fotos.
Y estas son, lo confieso, las fotos que no tomé cuando vivía en el Village e iba regularmente a comprar cafés traídos de lugares tan remotos como Etiopía y Sumatra, o más cercanos a mi corazón como Colombia y Brasil, y por supuesto una que otra délicatesse.
Y comprobé que allí se consiguen desde panes artesanales, hasta flores exóticas, frutas y vegetales orgánicos, pasando por frutos del mar y carnes de la mejor calidad, postres, bombones y chocolates, vinos, y una selección de quesos que es difícil encontrar en un solo lugar.
Y hallas lo mejor que hay en el planeta para cocinar, poner la mesa, hacer un picnic o simplemente disfrutar del placer de la buena comida.
Y lo mismo te haces de productos locales que de aquellos traídos de ultramar.
Todo fresquísimo y de primerísima calidad y presentado de una forma que lo hace aún más apetecible.
Como estaba corta de tiempo, tuve que elegir entre ir a conocer el nuevo Wittney Museum, o recorrer Dean & Deluca.
No lo pensé dos veces.
Siguen siendo lo contrario de lo estándar.
Son expertos en transformar lo ordinario en extraordinario.
Son el lienzo en blanco que se llena con el color de frutas y verduras, flores y chocolates, quiches y ensaladas, libros de cocina y manteles.
Son el escenario donde lo que se come (y se bebe) y el buen gusto tienen una cita diaria.
Por eso siguen siendo mi tienda favorita.