Ser mujer en un mundo de hombres.
No soy feminista. En lo absoluto. Creo que ser mujer es lo máximo. Me gusta usar tacones altos, pintarme la boca, hacerme la manicura y todas esas cosas que hacemos las mujeres. Me encanta cocinar, poner la mesa y comer a la luz de las velas. Me encantan las flores sin motivo ni razón y que me vengan a buscar a la puerta de mi casa cuando salgo a cenar. Y además creo firmemente en el poder curativo del color rosado y en la amistad entre mujeres.
Estoy convencida de que el hecho de que podamos embarazarnos, dar a luz y amamantar, nos convierte en unas súper criaturas con una disposición natural para hacer muchas cosas a la vez y de por vida. Me gusta el contraste y la diferencia entre los hombres y nosotras. Y además me gusta que el hombre que esté conmigo no sólo entienda y aprecie esas diferencias, sino que las celebre junto a mí.
Dicho esto, quiero, en primer lugar, agradecerle una vez más a mi mamá por enseñarme a creer que sí, que nosotras las mujeres SÍ podemos. Soy una guerrera. Y muchos de los retos a los que me he enfrentado en mi vida profesional están relacionados con las nociones preconcebidas de los hombres (y de algunas mujeres también), según las cuales en lugar de estar “jugando a las ejecutivas”, las mujeres deberíamos estar cambiando pañales y cocinando; y que en lugar de estar tomando decisiones empresariales, tendríamos que estar horneando galletas de avena y preparando las loncheras de nuestros hijos.
Te cuento que yo hago las dos cosas.
Como soy mamá soltera, se por experiencia que los hijos son un poderoso impulso para hacernos crecer y alcanzar nuestras metas profesionales y ser exitosas en el mundo de los negocios. No digo que sea fácil, pero claro que se puede. Y claro que podemos ser mamás y tener una carrera exitosa sin sentirnos culpables. Es más: somos las reinas de la reinvención y así como parimos hijos, hemos parido también nuevas formas de hacer negocios y en eso también somos exitosas.
Trabajamos en la casa, de forma independiente, y ganamos dinero y mantenemos a nuestras familias. Y somos bonitas e inteligentes (o inteligentes y bonitas, el orden no importa) al mismo tiempo, y nos divertimos un montón en el proceso (esa es la mejor parte). Y cuando nos enfrentamos a la mirada condescendiente de hombres y mujeres porque andamos para arriba y para abajo con nuestros hijos, o porque no nos sentamos frente a la computadora sin antes ponernos un brillito en los labios, entonces les mostramos que no sólo somos bonitas e inteligentes, sino que además somos inteligentes en eso de ser bonitas.
Durante muchos años me enfrenté a los desafíos que todas encaramos cuando ponemos nuestros pies en el mundo empresarial y de negocios «de los hombres», tratando de ser uno de ellos. Y porque soy terca y perseverante y sobre todo competente y competitiva, lo logré. Pero cuando en 2001, después del nacimiento de mi primer hijo, empecé mi propio negocio, me olvidé de los trajes oscuros de chaqueta y los cambié para siempre por los vestidos de flores y las sandalias de tacón alto, los jeans y las camisas blancas, con zarcillos y pulseras y sortijas enormes. Y no sólo florecí, sino que además he sido inmensamente feliz siendo yo misma.
Para hacer frente a esos retos ha sido de suma importancia haber aprendido a ignorar esas nociones erróneamente preconcebidas acerca de lo que es ser mujer, mamá, esposa y tener una carrera y hacer negocios. Mientras más educadas, inteligentes y emprendedoras seamos las mujeres, más rápido irán desapareciendo esos estereotipos. Y es nuestro deber no sólo centrarnos en nuestros objetivos, sino además y sobre todo, hacer caso omiso de cualquiera que quiera interponerse en nuestro camino y hacernos sentir que no se puede.
Porque SÍ se puede.
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