Mi mamá, quien creció en un mundo donde lo mejor estaba siempre reservado a los hombres, fue a la universidad junto conmigo (en realidad empezó su carrera universitaria seis meses antes que yo), y se graduó con honores y siguió estudiando hasta que se hizo doctora en Ciencias Sociales (también con honores), y a estas alturas sigue dando clases, investigando, leyendo como si no hubiera otra cosa mejor que hacer en esta vida, y publicando libros.
Ella no lo sabe, pero fue mi inspiración para que al entrar en la universidad, yo, que fui la más terrible de las adolescentes, me convirtiera en la mejor estudiante, tanto que fui primera en mi clase y cuando me llegó la hora de hacer mi postgrado fui a parar en la Universidad de Columbia.
Si algo tengo que agradecerle a mi mamá es mi educación, porque para eso fue que me crió: para que estudiara y me emancipara, para que tuviera la oportunidad de decidir lo que quisiera hacer sin tener que depender de nadie, y si ahora me dedico a la cocina y a desarrollar recetas y he hecho de mi pasión por la gastronomía mi forma de vida, es porque quiero y no porque no tenga otra opción.
Si algo tengo que agradecerle a mi mamá es que los domingos en lugar de ir a misa, nos llevará a mi hermana Andreina y a mí a los conciertos de la Orquesta Sinfónica de Venezuela. Gracias a ella la música es uno de mis grandes placeres y como me crió para que pensara y eligiera lo que quisiera, lo mismo disfruto de los conciertos de Brandemburgo de Bach, de un concierto de guitarra de Vivaldi o de una ópera de Puccini, que de la música de Gloria Estefan, Elton John, Rod Stewart, Gilberto Santa Rosa, Juan Luis Guerra, Adele, Zac Brown, Bruno Mars o Pablo Alborán.
Si por algo le doy las gracias a mi mamá es por todas las galerías de arte y museos que visitamos juntas, las idas al teatro y al ballet y a los espectáculos de danza moderna, porque gracias a ello desarrollé una sensibilidad por las bellas artes y puedo ver la belleza que está en los detalles más sencillos, para los que sólo hay que tener «ojos» para verlos.
Si algo le agradezco a mi mamá es que nos llevará a mis hermanos y a mí a caminar bajo la lluvia, que nos dejara emparamarnos con los aguaceros y chapotear en los charcos (después nos daba una ducha caliente, nos envolvía en toallas secas y nos daba de tomar chocolate humeante, no sin antes advertirnos que tuviéramos cuidado de no quemarnos). Así aprendimos a hacer de lo cotidiano algo extraordinario y entendimos que la vida es una aventura y con ese espíritu se vive mejor.
Es tan larga la lista de cosas maravillosas que me legó mi mamá, que podría escribir una enciclopedia completa y no le haría justicia. Pero si algo le agradezco es que me enseñara a pensar y a decidir por mi misma, a arriesgarme, a salir de mi zona de confort, a no tener miedo (así ella estuviera aterrada) y sobre todo a ser fiel a mi misma y a mis principios. Por eso siempre te estaré agradecida, mamá. Te quiero mucho, aunque no siempre te lo diga.