Cuando la Filarmónica de Los Ángeles anunció su programación de verano de este año en el Hollywood Bowl, el mismo día que comenzaron a vender los boletos, compré las entradas para ir a disfrutar de Gustavo Dudamel dirigiendo la última obra de Puccini.
Para mí fue un sueño hecho realidad. No sólo Turandot es mi ópera favorita. El verano pasado me perdí Carmen de Bizet, la primera gran noche de ópera de Dudamel en el Bowl. Y desde entonces ha corrido el rumor de que La Scala di Milano está tratando de robarle su batuta, brillante y electrizante, a LA Phil.
Turandot en el Bowl fue perfecta. Ya la había visto dos veces en el Metropolitan en Nueva York, en una súper producción de Franco Zefirelli. Pero no extrañé ni el lujo del vestuario, ni el boato dorado de la corte de los mandarines de Zefirelli.
La noche del domingo fue una celebración del sonido y la música, interpretada por la Filarmónica, el Coro Maestro y el Coro Infantil de Los Ángeles y un casting de primera, magistralmente conducidos por ese venezolano universal en que se ha convertido Gustavo Dudamel…
Por supuesto, fui por él, pero confieso que el casting fue un súper bono. Por primera vez, la soprano de 55 años y ganadora de un Grammy, Christine Brewer, mejor conocida por sus interpretaciones de las heroínas de Wagner y Strauss, Isolda y Ariadna, interpretó a la princesa de hielo. Neoyorquino y formado en la Escuela de Música Juilliard, el tenor Frank Porreta interpretó un Calaf poderoso, dramático e inolvidable.
Simplemente impecable y luciendo un vaporoso vestido blanco, Hei-Kyung Hong cantó la más hermosa de las Liù. Graduada de la Juilliard, Hong es una veterana en este rol que cantó con Pavarotti como Calaf en el Met. La belleza de su voz prístina e imponente escena, se apoderaron del Bowl que esa noche la adoró.
Igualmente impresionante, el barítono Alexander Vinogradov interpretó a Timur, mientras que el protegido de Plácido Domingo, Greg Federly, dio vida al emperador Altum. Ping, Pang y Pong fueron interpretados por Thimoty Mix, Daniel Montenegro y Beau Gibson.
Para Dudamel fue, sin duda, una gran noche. Se las arregló para pasar “desapercibido” —si es que tal cosa es posible— enfundado en sus pantalones negros y camisa de seda del mismo color, y dejar que las estrellas de la ópera brillaran. Hizo su trabajo y una vez más su batuta logró que cada quien en escena diera lo mejor de sí. Pero pues claro que en La Scala lo quieren.
Al final, la luna llena se alzó sobre el Bowl. Regresamos a pie hasta nuestro hotel cargando nuestra cesta de picnic. Casualidades de la vida, la cesta fue un regalo de Marielita Colmenares, con quien tuve el gusto de escuchar Turandot por primera vez, hace más años que días.