
Si mis toallas de cocina hablaran. Si leyeron
uno de mis últimos posts, sabrán que me estoy mudando. Aun me debato acerca de cuándo será el gran día: si este viernes 24 o el sábado 25 de julio. Sí, ya se que es un poco loco que hoy miércoles 22 todavía no haya decidido la fecha, pero así soy y todavía no he terminado de empacar las habitaciones de los niños ni la mía. Así que ya se verá.
Lo que sí está preciosamente embalado en cajas de plástico transparente para facilitarme el proceso de desembalaje, es mi menaje de cocina. Por lo mismo, ya no puedo cocinar y estoy un poquito al borde porque en mi casa aunque no todos comemos de todo, a todos nos gusta comer sabroso.
Como hago cada vez que me mudo, lo primero que empaqué fueron mis toallas de cocina: lavadas, en algunos casos almidonadas, y planchadas. Es lo único que se plancha en mi casa. Para mí son el equivalente del clásico vestidito negro para una fashionista.
Ojo que también tengo una colección de vestidos negros (me compro uno todos los años) y tengo la buena fortuna de que aún después de dos hijos, incluyendo un adolescente, todavía puedo ponerme los que usaba antes de ser mamá (por eso es que son los “clásicos” vestiditos negros). Lo que quiero decir es que supe que lo mío era la cocina cuando me iba de shopping a comprar toallas de cocina y delantales como si se trata de un vestido.
Desde hace cinco años las uso para darle un poco de “ambiente” a las fotos de mis recetas y cada una tiene una historia.
El verano pasado en Palm Beach me fui de shopping a un lujoso centro comercial y me di el gustazo en Williams Sonoma: me compré dos sets de toallas de un algodón turco, grueso y absorbente, que para mí es de los mejores del mundo.
En fin, voy a seguir empacando y atentos porque así como esta, tengo varias historias de por qué atesoro lo que atesoro y de por qué tengo la certeza de que la felicidad está en los detalles más simples y pequeños.
¡La vida de bella!
Sharing is caring!