Este post forma parte de una campaña patrocinada con DiMe Media y Buena Vista Home Entertainment. Las opiniones expresadas aquí son mías.
McFarland USA. Confieso que esta semana ha sido intensa y llena de emociones. Andrés Ignacio, mi hijo mayor, quien ya tiene 13 años, pasó a octavo grado y recibió un reconocimiento por su participación en los equipos de fútbol y basquetbol de su colegio. Tomás Eugenio, mi hijo menor, quien ya tiene 11 años, terminó la escuela primaria y está listo para ir a la escuela media. Dice que su hermano le allanó el camino y confía en que también se destacará como deportista bajo la tutela del coach Zapata.
Me había prometido a mi misma no abrir la boca acerca del coach Zapata hasta que mis dos hijos terminaran la escuela media. Él no lo sabe, pero no hay un solo día de mi vida en que no de gracias a Dios por el apoyo invalorable que ha significado para mi familia que sea parte de nuestras vidas.
Pero resulta que vi McFarland USA, la película de Disney que narra la historia del coach Jim White (Kevin Costner), quien en 1987 llevó al equipo de corredores de fondo de la escuela secundaria McFarland High School, en McFarland, California, a ganar el campeonato estatal de cross country.
McFarland es una pequeña ciudad en el Sur de California, en la que por ese entonces habían, si acaso, 8 mil habitantes. Donde, según el censo de 2010, más de 90% de la población es hispana, más de 35% está por debajo de la línea de pobreza y donde hasta hace muy poco niños, hijos de inmigrantes, ilegales en su mayoría, trabajaban en los campos de hortalizas y árboles frutales, antes y después de ir a la escuela.
¿De dónde salieron entonces esos campeones tan poco probables? De un coach que se integró a una comunidad (que hasta ese momento era invisible), a la que convirtió en su familia, y se involucró con sus muchachos y les compró zapatos y uniformes, y les enseñó que si creían en ellos mismos y aún más importante: si creían en sus compañeros de equipo, sin importar lo que los demás pensaran, entonces podían ganar.
Lo que hizo el coach White, quien todavía vive en McFarland, es para mí una de las historias más conmovedoras e inspiradoras que haya visto y que a partir de hoy tú también puedes disfrutar en Blu-Ray Comb Pack y Disney Movies Anywhere!
No se trata de los seis campeonatos estatales que ganaron los Cougars de McFarland, sino de lo que tuvieron que superar para tan siquiera ganarse el derecho de poder soñar con correr, no para llegar a los sembradíos a cosechar hortalizas, sino para flotar en la brisa tibia y hablar el lenguaje de los pájaros, y no ser inmigrantes sino dueños de la tierra.
No pude evitar hacer el paralelismo entre el coach White y el coach Zapata. Nadie que no sea mamá soltera y esté criando a dos hijos varones sola y sin familia (vivo en Miami y salvo por mis hijos, toda mi familia vive en Venezuela), puede entender la dimensión de lo que significa este reto.
No solo no hay abuelas, ni abuelos, ni tías, ni primos cerca. Es que he tenido que aprender de basquetbol y de fútbol americano. Leo noticias sobre deportes como si fueran recetas, se me van las tardes yendo a prácticas y juegos de basquetbol, y hablo de Kobe Bryant, Dwayne Wade y Kevin Durant, como si me desayunara con ellos a diario.
Aun no se cómo se anuda una corbata y he tenido que tragar grueso cuando me ha tocado hablar con mis hijos de las cosas que suelen hablar los papás con sus hijos varones. Me he concentrado en ser la mejor mamá que puedo ser y estoy convencida de que nunca, ni que quiera, podré ser “mamá y papá”.
Por eso la influencia del coach Zapata ha sido tan importante en nuestras vidas: en la de Andrés Ignacio en primer lugar, pero también en la de Tomás Eugenio, para quien su hermano mayor es un modelo a seguir y ahora también es una inspiración.
Gracias al coach Zapata, mi hijo mejoró su rendimiento académico: de lo contrario, no hubiera podido ser miembro de ningún equipo deportivo. Y el ser miembro de un equipo le enseñó el valor del sacrificio y le dio sentido de pertenencia: vestir sus colores es un honor que se gana con esfuerzo, tenacidad, disciplina y respeto; y sus pares, más que camaradas, ahora son sus hermanos.
Gracias al coach Zapata, mi hijo aprendió a tratar a su hermano menor como a un miembro de su equipo y mejor aún: aprendió que el equipo más importante al que pertenece es su familia, nuestra familia, y que la familia, donde están enterradas, profundas, sus raíces, hay que cuidarla y protegerla, para que entonces pueda crecer sano e independiente, y alzar vuelo, con sus alas fuertes como las de un águila y con la mirada certera apuntando siempre hacia el cielo.
En el fondo de mi corazón estoy convencida de que el coach Zapata le está enseñando a mi hijo cómo ser un hombre de bien, que honre a sus mayores, sea responsable de sus acciones, aprenda de sus errores y entienda que sus elecciones, cualquiera que sean, siempre tendrán consecuencias.
Si tuviera que resumir en unas pocas líneas cómo ha inspirado el coach Zapata a mi hijo, diría que le ha enseñado a esforzarse, pues si fuera fácil, todos serían campeones; le ha inculcado que los campeones son los que entrenan, no los que se quejan; que la actitud lo es todo, que hay que rehusarse a perder y que en la vida, como en las carreras de fondo, lo importante no es cuán rápido corras, sino por cuánto tiempo puedes correr rápido.
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